En su persecución llegaron hasta el valle de Quirós. Alfonso envió tres mil jinetes al mando de un tal Gadaxara con la delicada misión de detener a los musulmanes. En la confluencia del rio Quirós con el rio Pielgo, más allá de Casares y a pesar de lo angosto del lugar, fueron de nuevo derrotados los cristianos con grandes pérdidas.
Nuestro rey no escurrió el bulto: no huyó hacia Oviedo dejando a Gadaxara abandonado a sus suerte, sino que permaneció al otro lado del río, para intervenir en la batalla si la situación lo aconsejaba. Sin duda el debate fue encarnizado. Las tropas musulmanas eran más numerosas. Pese a que el terreno era poco propicio para grandes cargas de caballería, la fuerza numérica se impuso. La caballería cristiana fue derrotada. Gadaxara cayó preso.
El rey tuvo que volver a huir. El sacrificio heroico de Gadaxara y sus jinetes había permitido a Alfonso ganar una nueva defensa: el castillo construido a orillas del Nalón para prevenir cualquier ataque a Oviedo.
Abd al-Karin llega al castillo, sus tropas vencen toda resistencia y penetran en él. Pero el rey no está, ha salido antes de que los musulmanes forzaran los muros. Alfonso ha dejado atrás la torre y se ha marchado a Oviedo.
Cae la noche y Abd al-Karin ordena detener la persecución. Será solo por un día. A la mañana siguiente, varios miles de jinetes musulmanes cargaban contra Oviedo, penetraron en la ciudad, la saquearon a conciencia. Entraron en palacio, robaron los tesoros. Sin embargo, no hallaron lo que buscaban: el rey había vuelto a darle esquinazo. Alfonso había aprovechado las preciosas horas de la noche para salir de la ciudad. El rey se escapaba otra vez.
Abd al-Karin contrariado renunció a su presa. Quizás recordó lo que le había pasado a su hermano en Lutos. El caso es que el jefe moro decidió volver a Córdoba.
El retorno de Abd al-karin tenía que haber sido triunfal. No lo fue. Primero, porque había fallado en su objetivo fundamental, que era atrapar a Alfonso. Conviene saber que la ofensiva había sido doble: mientras Abd al-Karin marchaba sobre Oviedo, otro cuerpo musulmán se volcaba contra Galicia para dividir a las tropas cristianas. Esta segunda expedición mora fue un desastre. Las tropas del emirato penetraron el Galicia, devastaron los campos, hicieron sin duda gran botín; pero en algún momento de su camino de vuelta, y en algún lugar del que la historia no ha querido acordarse, tropas cristianas destrozaron a los sarracenos. ¿Fueron los gallegos vencidos en el primer embate, que se tomaron la revancha? ¿Fueron quizá los restos deshechos del ejercito de Alfonso, que vengaron así su derrota? No lo sabemos. Lo que sabemos es que el cuerpo expedicionario moro quedó destrozado.