MAS MIRADAS DE LA MEMORIA

La enseñanza, colectiva, agrupaba en un mismo aula a un numeroso grupo cuyas edades oscilaba entre los 6 y los 14 años. En ella la maestra o maestro (según se tratara de niñas o niños) debían agotar su jornada ante un plantel de muchachos de muy distintas condiciones y situaciones, a veces con muy poco tacto y menos consideración, de ahí que se les conociera con apelativos como maestrón o maestrona.

Otros, sin embargo, siempre habrían de ser recordados como el señor maestro o la señora maestra o señorita, entregados, cariñosos e íntegros pero, ante todo, sensibilizados con la indigencia y problemática familiar -particular de cada uno- de muchos de sus pequeños parroquianos.

Escuela de Santrocaya, Villamarcel, Años 50

No obstante, los maestros también estaban sometidos al rigor de las montañas, a los fríos inviernos y a las miserias comunes del pueblo. Ese dicho de  "pasas más fame que un maestro escuela" tenía su base en la realidad, aunque, bien sabido es, recibían regalos y alimentos, sobre todo en época de matanza por aquello de "que ayude al mi fiu... a ver si podemos sacalo de burro".

Pero la escuela era algo más: no sólo suponía escabullirse de las tareas cotidianas (aunque las hubiera que hacer después), significaba, ante todo, un periodo lleno de experiencias y vivencias muy gratificantes. 

Muchos de los alumnos debían recorrer grandes distancias. Algunos vivían en caserías apartadas y no podían regresar a comer al medio día, lo que implicaba llevar su propio almuerzo y contar con la colaboración de los vecinos para, al menos, poder comer caliente. 

Otros, ante la imposibilidad de acudir a las clases, fueron enviados a colegios fuera del concejo: seminarios o internados, con la idea de lograr un home de provecho. Las mujeres, como recoge la desafortunada historia de su historia, acababan, en el mejor de los casos, los estudios primarios, suficientes para después criar guajes, cocinar, repasar y atender la casa.